martes, 9 de octubre de 2012

No se lo digas a nadie (cuento corto)


Se paraba en la entrada de la casa del pastor  y le hablaba… el chiste del asunto es que el pastor nunca estaba frente a él, sino Escondido tras la ventana, escuchando las confecciones del borracho, como un sacerdote con muy poca vocación. Las explicaciones fluían como un río sin final, de la boca perfumada de alcohol a las 11 de la mañana, bajo el candente sol de la isla.  “Escúcheme bien pastor, usted sabe que yo bebo, pero cada mañana yo me levanto y oro”… y quizás era verdad, quizás oraba y nada pasaba, o simplemente el estilo de vida aprendido era más fácil de seguir. Y allí pasaban los minutos, y el borracho seguía su conversación con el viento, mientras eran más los que se paraban tras la ventana a escuchar las grandes historias. El solo necesita sentir que alguien, al menos alguien reconocía que el también tenía un plan de vida que nunca pudo vivir. Y sin que nadie le dijera, ni siquiera sin ver, sabía que alguien tras la ventana prestaba el oído a su voz y para cerrar la conversación, después de acallar eso que llaman conciencia, llagaba su  frase final: No se lo digas a nadie. 

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